martes, 1 de octubre de 2013

De besos rotos y pedazos de xocolate

Mi cuerpo se levantó de la cama, pero yo no. Quizá por eso no podía ver bien al principio y casi todo aparecía borroso. Fuera como fuera, pasé todo el día en un extraño letargo.

Cuando regresé a casa, bajé las escaleras cargando algo que no podía ver por completo, algo que provocó un accidente. Por la torpeza del sopor me llevé al suelo los besos. Sí, los besos que estaban en la pared. De los tres sólo quedó uno: el más pequeño; los otros labios se hicieron pedazos, en un gesto de rechazo de las materias a las energías, de la atracción al ósculo.

Con ellos, una parte de mí también se rompió. Y llevaba rato ya sintiendo cerca las lágrimas. Llevo rato ya, pero no llegan ni se van. Me siento como en un limbo gris de las emociones.

De pronto, recuerdo la joya que está en mi mochila. Trato de sacarla de su envoltura con sumo cuidado: adentro hay un tesoro, un manjar de los dioses para el disfrute de los hombres. Yo soy un hombre; la inferencia se hace sola y en mi boca se hace y deshace el gusto dulce del xocolate. Del xocolate que viene bien en los mejores y los peores momentos en los laberintos de unx mismx. No puedo más que sonreír, y sonrío, sonrío, sonrío.

¿A veces hay historias sin historias? Trato de armar el rompecabezas, pero no toco las piezas. En algún lugar están guardados los trozos de aquellos besos, esperando que los reúna, o que algo los separe definitivamente. Ahora el xocolate se deshace en mi boca, en mis labios. Lo muerdo y lo saboreo para aferrarme al abrazo que viene con él.

Lo que me falta es grande, lo que tengo es vasto. Supongo que a veces hay días en que la tristeza es crónica, en que el cielo parece reclamarte a gritos algo que no entiendes porque ruge mucho. Pero aun esas veces alcanzo escuchar una voz empujando para seguir. Y no siempre, no, no siempre, esa voz es mía.

Creo que lo mejor que podré hacer será dormir por largo rato.

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