lunes, 30 de septiembre de 2013

De mis viajes alegres

Entonces subo a la bici de nuevo y todo se desaparece. Todo menos las calles, menos las mariposas en el aire y el viento en la cara. Esta vez hay más peso, y también me siento más ligero. A veces el esfuerzo tiene consecuencias contrarias.

Después de más de una hora regreso del parque, pero vuelvo a salir en minutos. Ahora voy en la calle. Las avenidas me obligan a ir a velocidad y parto el espacio mientras la voy respirando. Llego a mi destino, consigo el objeto mágico y maldito que me ayudará tanto, y como héroe, regreso en mi caballo de la posmodernidad chaira, otra vez por las avenidas.

Voy cantando. Canto sin que me importe hacerlo bien o mal. Canto, y canto fuerte.
Oh, she takes care of herself; she can wait if she wants; she's ahead of her time. Oh! And she never gives out, and she never gives in; she just changes her mind.
Ya no es que rompa el viento, es que soy el viento, que nos movemos juntos y silbamos al unísono.

Hasta que tengo que subir y no llevo suficiente impulso. Entonces hago un cambio de velocidad muy torpe y la cadena se va de vacaciones. Me hago a un lado y trato de resolver el problema. Mi poca destreza es suficiente para que un hombre de un carrito de fruta se levante con una bolsa en la mano, haga un truquito de magia y con lo que yo estoy haciendo la cadena quede en su lugar. Asombrado, le agradezco y me voy sonriendo.

A veces veo pedacitos de esperanza tirados en las calles, entre tanta negrura. Seguí cantando como tonto hasta llegar a casa; cargo cristales en los bolsillos.

Las abuelas

Agnés Varda, la abuelita del cine de la nouvelle vague, tomó la videocámara y grabó sus manos. Sí, sus manos: con sus arrugas, con sus manchas, le avisaban que el final estaba cerca. Mi bisabuela falleció. El diagnóstico hace años implicaba que si no dejaba de fumar moriría más pronto; el diagnóstico (el otro diagnóstico, siempre el otro diagnóstico) implicaba que si dejaba de fumar moriría más pronto. "¡Qué va! ¡Pues a fumar se ha dicho, que lo hago desde los trece! ¡Igual me voy a morir más pronto!" Siempre conté la anécdota pensando que jamás se iría, a la vez que siempre la conté sin haber estado con ella, quien vivía en otras ciudades.

Cuando me dijeron era sábado en la madrugada. Yo estaba en un trance de sueños perdidos y mi hermana entró a mi cuarto para decírmelo. "La abuela Ema ya..." No tuvo que decirme más. Quise subir las escaleras y abrazar a mi abuela. Su mamá siempre la trató mal, pero la quería. Y ella la quería. No pude subir. Pasaron horas de sueños devueltos a mí, sueños que no recuerdo. Y llegó la luz del sol, junto con las llamadas telefónicas que me despertaron.

Cuando abracé a mi abuela, vestida en blanco y negro, me dijo que "así es la vida; esas cosas pasan". Y sí, esas cosas pasan. Y sí: así es la vida, y así es la muerte, que no pueden separarse aunque creamos que ganamos tiempo. La abuela se fue y tomó un avión para cerrar un ciclo, el ciclo más largo de su vida hasta ahora, quizá sólo más pequeño que su vida misma. Me despedí y esperé en la puerta hasta no poder verla.

Me acuerdo... Me acuerdo de los juegos de palabras en mi cabeza cuando era niño, cuando era niño y la gente comía semas con la abuela Ema. Me acuerdo de su abrazo y de cómo siempre me trató bien aunque la escuchara enojada con el resto del universo. Me acuerdo de cómo fumaba y de cómo tosía y no dejaba de toser. Pienso ahora en que mi tos quizá tiene una reminiscencia suya y me da gusto saber que la llevaré para siempre.

Como he dicho, la abuela Ema siempre vivió en otra ciudad. Planeaba visitarla en cuanto pudiera, en las primeras vacaciones, en el primer puente en que me escapara. Pero no alcancé. Y una parte de mí ya sabía, aunque no lo entendía, que lo más seguro era que no la alcanzara.

Dije el otro día que la abuela Ema se nos adelantó. Alguien me hizo un recordatorio de lo verdaderamente vieja que era ella. Yo perdí la cuenta de su edad hace mucho tiempo. Quizá no se nos adelantó, sino que llevaba un pago retrasado con la vida en años. Y se lo cobraron. Y se fue. ¿Adónde? No lo sé.

Tiendo a creer que siempre nos quedamos. Quiero creer que nuestra forma de existir cambia, que nuestra consciencia es otra, aunque quizá inconsciente de sí.

Quiero decirte adiós, Ema. Quiero decirte adiós para que me abraces, y entonces te salude de nuevo.

Quiero decirle hola a tu nariz de codorniz, quiero mirar tus lentes gruesos y sentir otra vez que hay todo un mundo por descubrir. Porque lo hay. ¡Va por ti!

Por ahora, mi abuela sigue caminando, con la frente en alto. Y con una sonrisa que lleva detrás muchos años de dolor, con un hábito de mal humor, pero así: con una sonrisa.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Personales

*Escuche lo siguiente mientras lee lentamente.

Soy el viento que te derruye, soy la música que escuchas sin buscarla.
Soy la sonrisa burlona, soy el recuerdo de la cama mojada.

Él es la brújula en el bosque cuando estás perdido, una sonaja en el cunero otrora vacío.
Es el cómplice del robo, quien recibe el golpe por respirar el mismo aire.

Ella es la tristeza en el papel cuando la pluma se desliza en él.
Ella es la nube que pasa interrumpiendo el día que estaba soleado.

Soy la nota pronunciada mal, la voz y la palabra que se rompen cuando desentonas.
Soy el agua que corre, verde. Soy un pájaro que ya no canta pero piensa que sí.

Ella es el mar cuando mojas tus pies ahí, ella es la lluvia que toca tus labios antes de un beso.
Ella es el beso también, y las líneas que se escriben sobre aquel momento.

Él es un carrusel girando, él es el vómito posible detrás de cada giro.
Él es la piel que se desgarra cuando escuchas una mala noticia, él es el destinatario de todas las cartas tristes.

Yo soy sólo un instante perdido y todos los que no sucedieron.
Yo soy todo lo que no he sido y soy todo lo que no seré.
Yo soy la regla, pero también la excepción.
Yo soy lo viejo y lo nuevo, lo blanco y lo negro.

Yo soy cada palabra que me dices, y tú eres las que yo no escucharé.
Yo soy los muertos que no olvidas, tú eres la vida que no tendré.

Abrazar el presente

*Haga una pausa. Escuche lo siguiente durante la lectura.

Tirado en la cama se rompe el suelo en pedazos. Caminas un paso, pero no hay adónde ir. Te despiertas y aunque es hora de abrazar el presente, lo rechazas, sólo para que él termine abrazándote y tú cedas; para que te seduzca y tú termines queriéndole también.

A veces se esperan eternidades. Él esperó una, yo esperaré otra. No es hora de pensar en las agujas del reloj moviéndose, que siempre lo vuelven todo más lento, como un conjuro de la ironía que las miradas desatan.

Y en ese paso dado, ya dicho una y otra vez, se acompaña una caída. Una caída que no encuentra un pedazo del suelo para detenerse, para morirse. Sin embargo, ahí está la ventana, la ventana grande, y por ahí entra la luz. Un rayito de esperanza, de esos rayitos de esperanza para que ahora vivamos el presente; rayitos de esperanza para que el futuro sea noble, y bonito.

Rayitos de esperanza para abrazar el presente, y que el presente te abrace, con todo y tus amores guardados.