viernes, 21 de agosto de 2015

Las metáforas que caen / Las metáforas que vuelan

¿Que las escrituras no son todas escritura? No hay más literatura que la palabra -toda, todas- y todo lo que hacemos con ella. ¡Al diablo la distinción entre el diario y la autobiografía!

A veces hay cosas que se rompen, y ya está. Pues nada. ¡Pues nada!
A veces vas tan rápido que te tragas el vértigo y vomitarlo es mucho más doloroso.
A veces te dicen que no pueden sostener algo, y ves esa metáfora maldita -la metáfora del peso- y pides que no te carguen.

¡Ay, qué dolor que me duelen tus besos! Tu ausencia, ¿quién la curará? Ay, que me lleve la muerte con ella. No quiero vivir si no estás.


Había una vez una pequeña jovencita que se dejó caer por el precipicio. Sabía lo que estaba haciendo, y sabía que era una locura. Incluso, la pequeña jovencita conocía ya la lección: desafiar la norma, desafiar la gravedad, puede salir fatal. Y así sucedió. Volar no significa no volver a tocar el suelo, y dicen por ahí que todo lo que sube... (¿Vemos de nuevo la metáfora maldita?)

Suenan las campanas. Detesto las campanas. La ciudad entera es ajena en este momento. Los amigos se van recobrando una por una, una por una. Saldremos a cantar como las lobas aúllan, y las penas saldrán en boca y voz de las canciones exageradas. Esto es un llamado para todas las solas y para todas las dolidas, todas las que no estamos solas porque salimos juntas, porque aunque nunca vayamos al mismo sitio, siempre nos vemos en el mismo lugar.


Pero hemos recolectado la leña y esta noche arderá la hoguera. Las brujas nos reuniremos en el aquelarre e iluminaremos nuestros ojos con el fuego. Las penas en reacción se volverán los gozos. Tomaremos las escobas y volaremos a este cielo para ser como luciérnagas, millones, en esta velada oscura.