viernes, 14 de marzo de 2014

El cuidado de sí I

En la cama o en la mesa están encimados. Primero el del santo, San Foucault. Luego los tres volúmenes de su Historia de la sexualidad: un recordatorio de un pendiente que todavía no se puede resolver (devolver los últimos dos). Por ahí, Cuerpos sexuados de Anne Fausto-Sterling. Hay mucho trabajo pendiente.

Los calcetines en el suelo todavía no impiden el paso, aunque juro que hoy los lanzaré al bote de la ropa sucia. En el espejo ya no están las fotos que había antes, a excepción de una: un regalo de hace más de cinco años que me dice que no dé un paso atrás. Bastante me habría servido aprender la lección oculta en sus palabras tan sencillas, que no es, en definitiva, no arrepentirme. A la foto la acompañan algunas cartas pequeñitas con la letra más bonita del mundo: "te quiero mucho naricita", corazón. Al lado, un papel con un espiral dibujado que remite a una tómbola del pasado.

En el cajón está guardada la flauta trans. La cuido tanto como puedo, y estoy contento de poder producir ya un sonido estable. La meta de esta semana es tocar notas musicales, pero he estado tan ocupado que ni siquiera la he tocado. Me preocupa que el ritmo de lo cotidiano me arrebate a mí mismo en esta búsqueda personal. Ya he dicho que en este viaje me descubro (me conozco) y me construyo a la vez.

En soledad, trato de ocuparme en unas artes de la existencia, en el cuidado de sí, de mí. Es algo que continuaré siempre: para encontrar nuevas relaciones con las personas es necesario encontrar nuevas formas de relacionarse con sí. Por eso tengo a un santo, aunque no sea en el sentido religioso. Porque de él aprendo que la ascesis, que cierta disciplina, no implican siempre un control externo. Toca explorar lo que dice sobre los griegos en su hacer antiguo, aunque sus formas de ascesis sean tan distintas -aunque también sean tan iguales- a las que nosotrxs podríamos acceder.

Espero con paciencia. Creo que con el tiempo y el trabajo estaré de pie donde quiero estar. Y creo que tiempo y trabajo es lo que necesitan otras personas, pero la arena se agota. Aunque me preocupa, no me quita el sueño. Poco tiempo hay para dormir como para arrojarlo por la ventana.

Estoy acogido por quienes me rodean. He decidido expulsar a lo peor de mi cotidiano, y ha funcionado. Ahora las semanas se revuelven en la participación en un colectivo transfeminista-queer, la preparación de unas jornadas relacionadas, un grupo de masculinidades sanas y un montón de cosas más.

Me emociona acercarme a Calibán y la bruja. Las brujas me han acompañado en estos días de tacones y de disciplina personal, en estos días de marchar con ellas y correr por mí. Con Calibán y la bruja tengo la esperanza de continuar olfateando el hilo negro que teje una trenza del mal: capitalismo, colonialismo y patriarcado. La mística del libro me envuelve y sonrío.

Corro, como siempre, porque como siempre ya voy tarde.

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