martes, 6 de agosto de 2013

Periodo de transición

-Estoy en un periodo de transición.
Sentado en una mesa afuera de la cafetería introduzco lo que siento sin ser específico. A Pablo Montaño no lo veo desde hace mucho, pero nunca fuimos amigos cercanos.

"¿Transición de qué?" Me pregunta. De relaciones -de gente que llega y gente que se va, y que regresa-, ¿de qué otra cosa? De tiempos, de espacios: de tiempos que siempre cambian pero de espacios que ahora son lugares distintos. Sitios por los que paso y los siento míos, pero en el recuerdo. Es anacrónico sentarme en la plaza de los oprimidos, y hay alguien ocupando el espacio entre la biblioteca y el edificio de rectoría. Tres años de ocupar metros y metros cuadrados los marcan, pero, justo ahora en un periodo intermedio entre lo que ya terminó y lo que está por empezar, ahora siento como si no fueran míos.

Saludé a Karenina también. Le hablé del paseo del sábado, le dije que la vi en las fotos. Se extrañó. En las fotos... de hace años. Ah, sí, claro. Ya nos entendimos: para ella justo ahora es conflictivo ese lugar al que ya no ha vuelto, pero me dice que puede que pronto se anime a ir a uno de esos paseos. Todxs tenemos pasados.

Dejé en la mesa dentro de la cafetería a Silas y a quien parece ser un académico invitado que él está guiando por la escuelita. A ellos dos les conté sobre mi emoción, sobre estar al borde del llanto, sobre la disidencia y la imaginación apenas, sobre el recuerdo que comienza a añejar (literalmente, después de poco más de un año). Es una sensación de nostalgia y anhelo. Vuelvo a preguntarme: ¿no la nostalgia tiene siempre algo de anhelo? Por ahora lo que pido es no rendirnos. No vamos a volver, pero no se trata de eso: no es caminar hacia atrás, sino hacia adelante -cuidado-, pero hacerlo juntxs. Solidaridad es lo que veo en el recuerdo que construyo, lo que aparece para mí en las caras indignadas de cientos, miles de personajes convertidxs en personas.

Sentado a la mesa con Pablo, me doy cuenta de que Silas sale de la cafetería con mis cosas, mi mochila al hombro. ¿Que si traigo piedras? No, no. ¡Qué pena! Me disculpo brevemente, quedamos de hablar luego sobre un proyecto suyo y nos despedimos. Me quedo con Montaño y seguimos hablando.

Ahora voy caminando por los pasillos y los jardines de un espacio que por el momento parece no admitirme: él no es un espacio de transición, pero mi tiempo sí. Mi tiempo sí y veo mariposas todos los días; revolotean junto a mi caminar, rodeándome y volando hacia un afuera. Son tiempos de cambio. Se revela ante mi la incompatibilidad entre mi espacio y mi tiempo y pienso, oh, todo el tiempo, pienso en una cita de Gramsci:
El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en nacer, y en ese claroscuro aparecen los monstruos.

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