martes, 6 de agosto de 2013

Bocanada de humo

Escena 1
Voy en bicicleta. Suena un ruido metálico muy extraño, un golpeteo. Todxs me miran. Siento que hay conocidxs adelante de mí, también en bici. Me avergüenzo del ruido y disminuyo la velocidad: ya no se escucha. Un camión va detrás de mí. Doy las últimas vueltas a las ruedas y llegó a la plaza Libertad, me bajo de la bici y me dispongo a resolver el sonoro problema.

Saco la multiherramienta que jamás en la vida había usado: tiene un desarmador plano y uno de cruz. Uso el plano y remuevo un tornillo y sus rondanas. Quito un pedazo de fierro que mal sostenía la salpicadera de la llanta trasera. A mi izquiera hay dos chicos. Uno le dice al otro que puede entenderlo de noche o en la mañana, pero no a esta hora ni con tanto calor: viajar en bicicleta, los amantes de ella, los profesionales. Y yo que sólo tengo cabida, y apenas, en las primeras dos.

Escena 2
Después del paseo en bici, de lxs niñxs en él, de la mujer trans presentándose como tal, del festejo, de las fotos, de lxs viejxs amigxs encontrándose aunque sea en imagen proyectada, voy solo en la bici. Luego del apuro las gotas de agua se quedan atrás y ya no hay riesgo de mojarme. Tomo una gran avenida y en la glorieta de los caballos voy detrás de un autobús. De su escape sale una nube negra: el smog en mi cara no me permite respirar... ni ver. Me hago para un lado: suelto la bocanada de humo, ahora es mi escape y no el suyo.

Escena 3
Estoy sentado, escribiendo. Eran cuatro escenas y me comí dos. Las reemplazo por esto: qué molestia es el olvido... A veces.

¡Ahora recuerdo!

Escena 4
-No se puede, ¡no se puede!
Sigo en la avenida, kilómetros después. En un auto, uno de los dos sujetos de apariencia fresa que lo ocupan parece gritarme que no se puede. Estoy sudando: he ido a buena velocidad y el día ha sido cansado. Me volteo y pongo atención en los flujos viales. Él sigue gritando, gritándome que no se puede. Yo sé que sí, y no tengo que decirlo con palabras: las ruedas girando bastan cuando el semáforo vuelve a mostrar su verde refulgente.

Y entonces, cuando rebaso al auto del chico molesto, me doy cuenta de que sigo atrás del autobús. Y de su boca vuelve a mí la negrura. Y a mis ojos.

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